¿En qué consiste el escepticismo moderado sostenido por Hume en la Investigación sobre el entendimiento humano?.
Un modo de responder esta pregunta nos remite a la crítica humeana a otro tipo de escepticismo, que Hume denomina excesivo. El pirrónico o escéptico excesivo está convencido de que es imposible hallar un fundamento indiscutible para nuestras opiniones y apoya esta convicción en una serie de argumentos, algunos de los cuales son calificados por Hume como irrefutables2 (hasta aquí, entonces, podemos decir que Hume comparte la posición del pirrónico, con la salvedad de que limita sus dudas a las opiniones acerca de cuestiones de hecho); pero el pirrónico se equivoca, según Hume, cuando extrae de esta convicción la consecuencia de que debemos abstenernos de sostener opiniones.
La crítica de Hume es doble: el curso de acción recomendado por el pirrónico es impracticable y su puesta en práctica, de ser posible, acarrearía consecuencias indeseables.3 Podemos ver en esta crítica dos características que habrá de tener el curso de acción que Hume proponga, en caso de que proponga alguno: habrá de ser realizable y habrá de tener consecuencias deseables (útiles a la sociedad). Para seguir es necesario introducir aquí el tema del entendimiento humano.
En efecto, el libro que estoy analizando se anuncia como un estudio sobre el entendimiento humano: pretende describir sus partes y su modo de funcionamiento. Hume empieza presentando su descripción del entendimiento humano, y pasa luego a extraer las consecuencias escépticas de esa descripción (los argumentos en los que basa su convicción de que es imposible fundar las creencias acerca de cuestiones de hecho). Argumentos que demuestran, según Hume, que es imposible fundamentar el modo experimental de razonar, que subyace a nuestras opiniones acerca de cuestiones de hecho (por el cual, cuando se trata de cuestiones de hecho, "transferimos siempre lo conocido a lo desconocido, y nos imaginamos que lo último se parece a lo primero").4 Que estos argumentos escépticos se fundan en su descripción del entendimiento, puede verse en el siguiente pasaje:
"Si, por tanto, se nos convenciera con argumentos de que nos fiásemos de nuestra experiencia pasada, y de que la convirtiéramos en la pauta de nuestros juicios posteriores, estos argumentos tendrían que ser tan sólo probables o argumentos que conciernen a cuestiones de hecho y existencia real; según la distinción arriba mencionada [entre argumentos demostrativos y probables]. Pero es evidente que no hay un argumento de esta clase si se admite como sólida y satisfactoria nuestra explicación de este tipo de razonamiento. Hemos dicho que todos los argumentos acerca de la existencia se fundan en la relación causaefecto, que nuestro conocimiento de esa relación se deriva totalmente de la experiencia, y que todas nuestras conclusiones experimentales se dan a partir del supuesto de que el futuro será como ha sido el pasado. Intentar la demostración de este último supuesto por argumentos probables o argumentos que se refieren a lo existente, evidentemente supondrá moverse en un círculo y dar por supuesto aquello que se pone en duda."5
Es sólo "si admitimos como sólida y satisfactoria" la explicación humeana del razonamiento experimental, que se vuelve imposible fundamentar nuestros opiniones acerca de cuestiones de hecho.
Planteado el problema de que nada nos garantiza la corrección del razonamiento experimental que subyace a nuestras opiniones acerca de cuestiones de hecho, Hume nos tranquiliza diciéndonos que todo seguirá igual porque, por un lado, sabemos que el modo experimental de razonar es exitoso a la hora de orientarnos en la búsqueda de los medios conducentes a nuestros fines, y, por otro lado, nos es imposible dejar de razonar experimentalmente (esta es su "solución escéptica de las dudas escépticas"). Y en efecto, el modo experimental de razonar aparece en la descripción del entendimiento humano como el modo en que de hecho razonamos, y como un modo de razonar al que no podemos escapar aunque sepamos que no está fundamentado: es inevitable para nosotros razonar experimentalmente, una especie de instinto natural nos empuja a hacerlo. 6
Resultaría extraño, entonces, que Hume nos recomendara razonar experimentalmente, ya que nos es imposible no hacerlo. Sin embargo, Hume recomienda, en otros pasajes, el modo experimental de razonar, al que se referirá como el modo en que razona el "hombre sabio" y el modo en que "debemos" razonar.7
Estas expresiones de Hume contrastan en dos puntos con las anteriores: 1) donde se hablaba del modo en que de hecho razonamos, se habla ahora del modo en que debemos razonar; y 2) donde se hablaba del modo en que inevitable, forzosamente teníamos que razonar, se habla ahora de un modo de razonamiento que podemos, libremente, adoptar o no (puesto que, por un lado, no todos lo practican sino sólo los "sabios" y, por el otro, no tiene sentido prescribir o recomendar lo que inevitablemente ha de hacerse).
Surgen entonces dos preguntas: 1) ¿Cómo concilia Hume su determinismo anterior en relación a las operaciones del entendimiento, con la libertad que necesita para que tenga sentido su recomendación de un método experimental para determinar nuestros juicios acerca de cuestiones de hecho?, y 2) ¿en qué basa Hume esta recomendación?
Antes de responder a la primera cuestión, quisiera agregar algo en relación al modo experimental de razonar: Hume dice que la operación por la cual inferimos los mismos efectos de causas iguales ( que es indispensable para la supervivencia y que compartimos con los animales) está asegurada por la naturaleza, mediante un mecanismo instintivo, porque es demasiado importante como para dejarla en manos de nuestro frágil entendimiento.8
Ahora bien, unas pocas operaciones sencillas bastan para guiarnos en nuestro esfuerzo por sobrevivir; pero los hombres podemos ir más lejos que los animales y utilizar el razonamiento como guía, aún en cuestiones que no guardan relación directa con nuestra supervivencia. Este tipo de temas, temas como el de la veracidad de los milagros, a menudo exigen una cadena de razonamientos más compleja o un tratamiento más preciso que los requeridos para conducirse con éxito en la vida diaria, y esto explica que al analizar estos temas podamos alejarnos del modo experimental de razonar y errar en nuestros razonamientos. Por otra parte, la complejidad de estos temas puede hacer que muchos desistan de analizarlos por su propia cuenta, y prefieran, en cambio, seguir las opiniones de alguna autoridad: es así como el modo experimental de razonar puede ser desplazado por los prejuicios heredados.
Vemos ahora en qué consiste la propuesta de Hume: ya que la naturaleza nos ha provisto un método exitoso de razonamiento para asegurar nuestra supervivencia, apeguémonos cuidadosamente a él también allí donde ella no nos lo impone, pues así lograremos también en estos ámbitos resultados exitosos. ¿Cómo sabe Hume que el método experimental seguirá siendo una buena guía aún cuando cambiemos su ámbito de aplicación? En dos sentidos no lo sabe: no tiene ninguna garantía que aplaque al pirrónico, ni tiene tampoco una "prueba" experimental, que un hombre de acción pudiera considerar como una garantía. Pero un razonamiento analógico le permite al menos conjeturar que la aplicación será exitosa. Y, dadas las circunstancias, esto es bastante, ya que quienes se guían por otros métodos no han logrado hasta el presente consenso alguno, ni han podido obtener explicaciones coherentes y que den cuenta de los hechos. Hay, entonces, alguna razón para intentar el camino que Hume propone, tanto más cuanto que él mismo lo ha transitado y nos ofrece sus resultados para que examinemos su coherencia y si dan cuenta o no de los hechos.
Podemos pasar ahora a la segunda cuestión: ¿Cómo justifica Hume su recomendación? Mi idea con respecto a esto ya debe adivinarse: Hume recomienda el modo experimental de razonar por su utilidad. En efecto, tenemos que: 1) él ha dicho que el modo experimental de razonar es útil a la hora de orientarnos en la búsqueda de los medios conducentes a nuestros fines; y que 2) ha criticado al escéptico excesivo por recomendar un curso de acción que es contrario a la utilidad.
A esta recomendación, Hume suma aún otras dos: que seamos modestos en nuestras afirmaciones (ya que no están fundamentadas) y que limitemos nuestras investigaciones a los temas mejor adaptados a las capacidades de nuestro entendimiento.9
Lo que hace de Hume un escéptico moderado es, entonces, que tiene la convicción de que es imposible fundamentar indiscutiblemente nuestras opiniones acerca de cuestiones de hecho, y que considera que, en esta situación, debemos guiarnos por el modo experimental de razonar, ser modestos en nuestras afirmaciones y evitar los temas que exceden la capacidad del entendimiento humano.
Ahora bien, como dije antes, esta convicción escéptica de Hume se apoya en argumentos escépticos que derivan de su descripción del entendimiento humano. Quisiera agregar aquí que, a su vez, Hume parece tener como trasfondo sus ideas escépticas cuando nos presenta esa descripción.
Esto es particularmente claro en el pasaje en que analiza una crítica que puede hacerse a su tesis de que no podemos tener una idea simple si no tuvimos antes la correspondiente impresión: la crítica del matiz de azul.10 Hume reconoce que se trata de un genuino contraejemplo, pero, en vez de intentar explicarlo de algún modo, para que no contradiga su teoría, se limita a decir que se trata de un caso muy excepcional y que no vale la pena modificar la teoría sólo por él. Para que tal reacción no resulte absurda, es necesario que Hume conciba a su teoría no como una descripción verdadera del modo en que las cosas son sino como una herramienta útil, que no deja de ser útil por no ser aplicable a un caso. Y ¿por qué abandonaría Hume desde el comienzo sus pretensiones de verdad de no ser por su convicción de que los argumentos escépticos son correctos?
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1. Esta ponencia es una versión abreviada de una monografía presentada para la cátedra de Historia de la Filosofía Moderna, a cargo de Alberto G. Ranea.
2. Hume, D., (1992), Investigación sobre el conocimiento humano, Madrid, Alianza Editorial, pp. 181 y 186
3. Ibíd., p. 187.
4. Ibid., p. 131.
5. Ibíd., p. 58.
6. Ibíd., pp. 69-70
7. Ibíd., p. 135.
8. Ibid., pp.78-79.
9. Ibíd., pp. 188-189.
10. Ibíd., pp. 36-37.
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